
Lástima de haber parado a comer un bocadillo (del tamaño de una barra de pan con tres o cuatro filetes de lomo y queso) en la localidad aledaña de Ojeda, porque el cocido lebaniego es también espectacular. Y aunque he dado un buen paseo por la villa, asomándome a la Torre del Infantado, viendo a lo lejos el Museo de la Brujería (que visité hace unos años), o la Iglesia de San Vicente, las numerosas tiendas de recuerdos llenas de botellas de aguardientes, ... el apetito no vuelve en la cuantía necesaria. Habrán más ocasiones, seguro.
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